7 de agosto de 2006 - Diario La Hora

Leer es bello, también complicado

Por: Eduardo Blandón

En estos días se han estado publicando artículos, a propósito de la feria del libro, exaltando lo bello de la lectura, sus ventajas, la alegría que representa ese ejercicio. Y en efecto creo que sí lo es. Es una cosa fascinante, ayuda a expandir los límites mentales, a ensanchar la realidad. Sin duda se pueden escribir cosas interesantes sobre esta experiencia de leer.

Sin embargo, creo que no se ha dicho todo. Muchos evitan decir que la lectura no es cosa fácil. Es una práctica que exige disciplina, constancia, paciencia, esfuerzo. Creo que si fuera fácil, emocionante y excitante (como en efecto lo es cuando uno se habitúa) los lectores fueran legión. Pero no lo es en realidad. Si así fuera incluso muchos universitarios y profesionales anduvieran por doquier con un libro en la mano, atestando librerías, comentando el último libro del mercado. Pero no es así, hay cosas, aceptémoslo, más fáciles y de repente hasta más interesantes.

La gente no lee no porque sea tarada, sino porque hay cosas mejores qué hacer (o al menos así parecen) y también más baratas. Una película, por ejemplo, es más barata que un libro. Más aún si es pirateada. Un libro vale fácilmente entre cien y doscientos quetzales, una película puede costar sólo diez. La película puede verse familiarmente, el libro es una experiencia individual (aunque después pueda compartirse su contenido). De la película todos pueden conversar, de un libro sólo un pequeño grupo de selectos –los así llamados “nerdos”–.

Entonces, escribir sobre la belleza de la lectura es cierto, pero a la vez hay que explicar ese gozo como conquista. No se da espontáneamente. Una película puede atraparnos en sólo la primera escena, en cuestión de segundos o minutos. Un libro pide atención, imaginación, capacidad lectora, no es para todo el mundo. Quizá haya que aceptar que la lectura no es para todos. Leer incluso da sueño (así me lo confesó una mesera en días pasados al contarme su propia experiencia lectora), hace bostezar, a veces aburre.

Es quizá por eso que tampoco los niños tienen fascinación natural por la lectura. Yo me asombro cuando hay columnistas que dicen que desde pequeños fueron ávidos lectores o cuando dicen que sus hijos devoran voluminosos libros. No es que no lo crea, no tengo por qué dudarlo. Pero debe aceptarse también, en todo caso, que se trata de niños extraordinarios. Lo “normal” de los niños parece ser jugar. Si a mí me hubieran dado a escoger entre leer o ir a jugar béisbol, mentiría si digo que habría optado por la lectura. Los libros son un bostezo a esa edad, hay otras cosas más emocionantes.

Pero leer es bello, sí, es cierta la expresión. Lo que sucede es que, igual que con el bien, se debe aprender a gustar. Y esto sólo se logra con la experiencia, igual que con la comida. Si uno no gusta de buenos manjares nunca se aprende a comer bien, con calidad. Esta enseñanza debe hacerse desde la más tierna edad. En esto es muy importante el ejemplo de los padres. Si el niño ve leer a sus progenitores, sabrá, aprenderá que la cosa no es tan aburrida como se ve, que de repente tiene su “chiste” la práctica. El que sea un niño lector, entonces, depende en parte de los padres y, por supuesto, también de la escuela y la sociedad en general.

Una buena herencia en los hijos es el hábito de lectura. Si no deja inculcado esto, piense que dejó un hueco de enormes proporciones en la criatura. Puede morirse, entonces, preocupado e insatisfecho, desgraciado.

FUENTE: www.lahora.com.gt

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