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Eugenia Gallardo, un descubrimiento en Guatemala

Ricardo Bada*

*. Ricardo Bada es periodista español. Este texto es su Crónica semanal para la Revista Dominical de la emisora HJCK-El Mundo en Bogotá, 11 de noviembre de 2001.

En la Feria del Libro de Francfort de este año detecté a Guatemala con un stand en el que presentaba sus libros F&G Editores, representada por Raúl Figueroa Sarti, justo frente por frente al colombiano de Diego Samper, del que ya les hablé la semana pasada.

Y el buen Raúl Figueroa Sarti, espontáneamente, tal vez adivinando por su plática conmigo lo mucho que uno de sus libros me iba a gustar, me regaló un ejemplar de «No te apresures en llegar a la Torre de Londres porque la Torre De Londres no es el Big Ben». Y como me da en la nariz, y la tengo muy desarrollada, que no se lo han creído, que un libro se titule así, les repito que así se titula, es decir: «No te apresures en llegar a la Torre de Londres porque la Torre De Londres no es el Big Ben».

Su autora es Eugenia Gallardo, nacida en Cobán, Alta Verapaz, Guatemala, el año 1953, y su opus se propone como un “Calendario de 52 semanas con un Cuento por Semana”. En la portada, que parece reproducir la planta arquitectónica de un patio de la Alhambra o El Escorial, tras el título y el subtítulo puede leerse la definición de “hacer calendarios”, según el diccionario de la Real Academia. Y hacer calendarios, según ella, es “estar pensativo, discurriendo a solas sin objeto determinado”. En cambio, según doña María Moliner, es “hacer cálculos o predicciones aventuradas”.

Confieso que la expresión era para mí por completo inédita, pero confieso asimismo que esa noche de octubre, al llegar a casa de mi amiga la doctora Klingler Clavijo, quien me dispensa hospitalidad impagable en Francfort durante los días de la Feria, agarré el libro de Eugenia Gallardo, y a pesar de que estaba superagotado, me leí cien páginas de una sentada. Durante el desayuno, al día siguiente, lo concluí.

Es una de las lecturas más recompensantes que he tenido a lo largo del año. Tanto que me permito disentir de la autora en lo que ella dice en la página 59: “Todo presagiaba el fin y el principio, como las dos pastas de este libro. Todo hacía suponer que las páginas centrales no valían la pena”. ¡Mentira!, escribí al margen con indignados signos de admiración. Las páginas centrales de «No te apresures en llegar a la Torre de Londres porque la Torre De Londres no es el Big Ben», qué quieren que les diga, ofrecen despilfarradora y filantrópicamente perlas de este calibre: “Vuelan los verdugos contaminando el cielo, ese espacio impreciso del ajuste de cuentas”. ¿No es una maravilla, esa premonición del atentado contra las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York?

Desde siempre me han seducido las literaturas de los países pequeños, como Costa Rica (que cuenta con una de las poetas más hondas del idioma castellano, Ana Istarú), o Nicaragua (donde Lizandro Chávez Alfaro escribe unas narraciones cuya verdadera dimensión saldrá a la luz algún día ojalá no lejano), o ahora Guatemala, con este libro de Eugenia Gallardo que para mí ha sido toda una revelación. Y la confirmación, una vez más, de aquello que creo que dijo Walter Benjamin, y es que la forma literaria definitoria de nuestros tiempos es el fragmento.

Para decirlo sin que se me caigan los anillos: en cada uno de los 53 fragmentos de «No te apresures en llegar a la Torre de Londres porque la Torre De Londres no es el Big Ben» hay bastante más literatura y más calidad literaria que en muchas novelas de 300, 400, 500 y dizque también las hay de 600 páginas, que son aireadas por sus editoriales y por la crítica como nuevas obras maestras de la literatura universal, pero que no pasarían el cedazo de una crítica seria y, desde luego, no pasan el de una lectura inteligente: se caen de las manos antes de llegar a la página treinta. Lo que no sucede con el libro de Eugenia Gallardo, la cual, cortésmente, sólo nos obliga a leer 127 de las suyas, de las que sin embargo quisiéramos leer muchísimas más.

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