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Acerca de la presentación. Discurso a cargo de Tania Palencia. Guatemala, jueves 05|09|02. Sophos La Galera.

En el filo Marco Antonio Flores

(Tercera Edición. F&G Editores.
Guatemala, 2002)
(presentación)

El libro apesta

Sentir sus olores es el drama de todo lector. Los olores de En el filo son de miasma, de agua y de sangre putrefacta. Olor de muerte, olor de muertos. Descomposición. ¿Acaso toda la obra novelística de Marco Antonio Flores desprende emanaciones de hedor, de malestar?. Responder una pregunta como ésta implicaría abordar por lo menos dos grandes y complejos mundos: el mundo de la obra misma (de las novelas) y el mundo de los lectores (de la sociedad).

En el filo es la segunda novela del Bolo, en su tercera edición. Fue publicada por primera vez en 1993, diecisiete años después de Los compañeros. La tercera novela es Los muchachos de antes (1996) y la más reciente (1999) se llama Las batallas perdidas. Toda la obra novelística de Marco Antonio Flores es una explosión de estados del ser revolucionario. Exceptuando a Las batallas perdidas, que es una novela de evocación de la vida después de la guerra (como batallas de la vida y del mundo interior), podría afirmarse que las otras tres novelas, Los compañeros, En el filo y Los muchachos de antes, conforman una trilogía de perspectivas sobre la lucha armada.

Los compañeros representa la novela matriz del conjunto literario (cerca de 25 libros) que ha aparecido después sobre el movimiento revolucionario guatemalteco. Desde donde quiera verse, desde el papel del ejército, desde la visión programática, desde las formas de lucha, desde el estilo organizativo, desde las relaciones interpersonales, Los compañeros mostró por primera vez los escenarios y las voces secretas de la revolución, los mismos que han sido recreados por las novelas sucesivas. En esa revelación originaria de los actores de la guerra, Marco Antonio Flores crea su estética: la sátira contra el poder. El primer imaginario sobre la lucha armada nace de la crisis existencial del revolucionario, lo cual es casi una paradoja. En Los compañeros se teje una profunda disociación entre el ser individual y la causa social; la libertad no encuentra su sentido en las condiciones de una guerra libertaria que somete al individuo en nombre del ideal.

Flores rompe además con la lírica y la cultura estética revolucionaria oficial de la época: abandona el himno al heroísmo. La conciencia interior es caótica y vulnerable; los compañeros no saben un modelo ni un horizonte; no saben ver su nombre en las estrellas: caen desgarrados en el hedor de su propia conciencia y nosotros sentimos ese miasma. Los compañeros deja atrás a los tiernos caudillos en la nostalgia de Neruda y, por supuesto, se distancia del realismo socialista que llevó a las células clandestinas la luminosidad del Pavel en Así se templó el acero. Pero la ruptura mayor y el valor fundamental que, a mi juicio, tiene esta obra es su configuración arquitectónica. Es una obra de arte de nuevo tipo. Totalmente diferenciada del ritmo y sentido narrativo de toda la tradición realista que culmina con la calidad de Miguel Ángel Asturias. Las voces entrelazan historias, tiempos e imágenes simultáneos. Desaparece la linealidad narrativa y virtualmente uno no encuentra aun narrador propiamente posicionado. Los compañeros constituye un gran aporte ala narrativa guatemalteca.

Siendo radical diría que ni Marco Antonio Flores ha podido superarse a sí mismo después de esta obra. Me refiero a la fuerza, ala potencia estética, porque tanto en Los muchachos de antes como en Las batallas perdidas, ambas novelas de evocación, el lector encuentra profunda calidad artística, pero inigualable a Los compañeros. En estas dos novelas se mantiene el manejo magistral de los tiempos, pero es menor el delirio estructural entre las voces y la historia, hay más "orden" dramático, mayor convencionalidad narrativa. Sin embargo, la evocación que en ellas predomina abre una conjunción que es inusual en Los Compañeros: la reflexión filosófica. Sospecho que el mal olor que nace del pasado que habita en estas dos novelas es por "la mierda" que se echa a lo vivido. Mierda que hablando con propiedad es quizás la crítica guatemalteca más seria —incluso frente al vacío sociológico existente— a las ideas que en la modernidad hemos construido acerca del poder. Marco Antonio Flores insinúa siempre un sentido anarquista, se niega a ver la revolución como una simple "conquista del poder" y menos asumir la revolución a partir de la creación de un poder dogmático y omnipotente. "¿Qué es el poder al final de una vida? Una mierda. Una mierda por la

que no vale morir", se interroga un personaje en la página 91 de Los muchachos de antes1. La voluntad individual es la fuente de la libertad, la libertad del ser individual es la fuente de toda libertad, cualquier manual que diga lo contrario es una farsa. Eso dice el Bolo.

¿Cómo interpretar En el filo que es la novela que hoy nos convoca a todos aquí? Esa obsesión por los estados del ser revolucionario se transforma en En el filo en un pleno fluir de estados del no ser revolucionario. Se muestra otra faceta del imaginario de la revolución: la diáspora militante; es la historia del aniquilamiento de una organización revolucionaria debido a la traición. Esta novela tiene como marco general de referencia la persecución selectiva de los años 80-83, cuando el ejército —debido principalmente a métodos de inteligencia militar (penetración y tortura)— desarticula varias posiciones revolucionarias en la capital, muchas de las cuales funcionaban como retaguardia estratégica o albergaban a equipos y jefes de máxima responsabilidad interna.

Como bien diría Jung en sus análisis de comportamientos sociales prototipos: la cohesión del grupo se pierde cuando desaparece la idea-luz que le da unidad y fe. En el filo no hay fe ni crisis alrededor de la fe; no hay ideas cohesionadoras ni crisis alrededor de las ideas. La organización es un órgano de seres que no les interesa su ideal y que no tienen conciencia de su condición existencial. El personaje revolucionario es un ser mecánico en cuyo mundo interior no habitan razones para la existencia, habita una lógica para la sobrevivencia. El deber conspirativo es el único esqueleto que da forma al grupo y lo hace a través de las armas, del combate, del repliegue y de la fuga.

Si en las otras obras de Marco Antonio Flores los héroes caen, en En el filo no hay héroes. Ni siquiera el típico antihéroe de la literatura alrededor del cual se construye una identidad para la admiración, como un clásico de Shakespeare en que uno encuentra virtuosismo a pesar de la maldad. Más allá de lo bueno y lo malo, los personajes de En el filo son seres-cosa. Seres carentes de eticidad. Utilitarios. Viven envilecidos, se odian entre sí, compiten entre sí, se entrampan entre sí; desconfían entre sí, se matan entre sí. Se desconocen en su amor colectivo y se alimentan de su agresión mutua. Todos los que allí viven se dan a verga, se dan a madres, se echan penca, se dan aguas, se rompen la jeta.

O te la rompo... Si El Tigre, el traidor principal, no hubiera existido, y se extrapolara esta hostilidad de convivencia, lo más probable es que también hubiera terminado aniquilada esta organización. La agresión al interior de la revolución y la agresión del sistema es en esta novela una igualdad pitagórica.

Hay una cultura común que los envuelve a todos: ni los militares o judiciales luchan por la defensa de la patria, ni los revolucionarios luchan por la revolución. Predomina una cultura de bolos, culos y cantinas que los idiotiza en cada página. "Pisto en mano, culo en tierra", junto con los "pijazos seguidos de sexo", son quizás dos de los instintos agresivos que se viven como normales adentro de esta historia. En el filo uno no encuentra sino un ambiente de descomposición moral. Los olores de las resacas, de los sudores, de los eructos, de los meados, de la caca, de la saliva pasmosa en boca de tierra; los olores de la sangre, de las llagas, de las heridas; el olor de la traición, olor de muerte, rezuman de este libro. Pareciera dar nausea.

Si de Los compañeros resalta su replanteamiento estético, de En el filo sobresale su replanteamiento ético. ¡¿Cómo?! —podrá decírseme— ¡si esta obra está cargada de corrupción, podredumbre en los valores y en los actos de los personajes; si lo que menos tiene es una pizca de moral!. Precisamente por eso. La novela no reniega del espíritu revolucionario, sino ilustra cómo ese espíritu se ha perdido. No existen fuerzas internas que potencien la reconstrucción, sólo la mala muerte. Sin embargo, en medio de tal predominio de anti-valores siempre se encuentran indicios de profundo amor a la vida, y no la vida como sobrevivencia corpórea, sino la vida como acontecimiento y conciencia, como misterio. El Chino, el Negro, Sara son fugaces portadores de ese hálito de vida.

Es entonces la pérdida del espíritu revolucionario lo que apesta. La llaga se abre y muestra los gérmenes que la crearon. Quizás ese sea el sentido ético que se impone En el filo: no hay un sentido moralista, sino ético: el de quitar las máscaras. ¿En el filo de qué? ¿del peligro? ¿entre la vida y la muerte?, ¿no será quizás en el filo de la condición humana? El horror de una traición: la fractura psicológica total en medio de la muerte de un ideal.

Estamos frente a hipérboles que nos sorprenden, es decir, frente a imágenes exageradas de la putrefacción, de la descomposición ética como un síntoma de la revolución guatemalteca en esos años de repliegue urbano. En el filo es una sátira del mundo de la militancia construida con imágenes esperpénticas. Para mi gusto y apreciación es la obra de menor fuerza estética del autor. La razón no se debe a cómo el autor desdibuja a los revolucionarios; no, ya que en su desdibujamiento más bien está el aguijón que a todos nos provoca y conmueve. Se debe a cómo construye la arquitectura lingüística para hablar así. Si bien la acción es acechante y si bien existe una intrigante simultaneidad de tiempos entre el cazador y sus presas, observo una virtual univocidad en la manera de hablar y de pensar de los personajes y una acentuada intervención ético-cognoscitiva del narrador. El narrador lo sabe todo y habla igual que los demás y los demás hablan igual entre ellos mismos.

Propuesta: hay que leerla. Es buena novela. No se trata de ir tras el famoso y conocido lenguaje coloquial del Bolo; no se trata de "disfrutar" las patanadas. El lenguaje popular que aquí aparece es un lenguaje fresco, del día, sin la cursilería de eventos como éste. Es cierto que ese lenguaje es una de las mayores virtudes de la novelística de Marco Antonio Flores, pero no porque base en la procacidad su arte, sino porque ésta ayuda a expresar la libertad e irreverencia de su pensamiento libre, otro gran mérito del autor. Entonces, recomiendo leerla no sólo para gustar de su habla fácil y no sólo para percibir las máscaras oscuras de los seres que la habitan.

Me atrevo a recomendarla especialmente para re-conocer nuestra reacción y nuestra condición de lectores. Para darnos un tiempo de auto análisis. Dijimos al principio que la controversia sobre los hedores en la obra de Flores tenía relación directa con el aliento que emana de ella y con la cultura del lector. Pues bien, es mi hipótesis que en Guatemala predomina o abunda un tipo de lectura estética que, errática, sucumbe a clisés ideológicos, a perspectivas dogmáticas de interpretación de la relación entre la historia y el arte.

Esa manera de acercarse a la obra literaria impone esquemas: "si se va a hablar de la revolución se deben señalar sus virtudes, lo bueno; lo contrario es hacerle el juego al enemigo", tal sería el razonamiento y el dejo cultural de mucha gente. Así, el revolucionario debe ser bueno, noble, heroico, valiente, inteligente, solidario, honesto; si la revolución fracasó fue exclusivamente por la magnitud de la respuesta militar contrainsurgente; los revolucionarios honran la historia por la libertad; ellos son y fueron los baluartes de la libertad, etcétera, etcétera. El arte debe hacernos sentir literalmente que los revolucionarios fueron heroicos.

Es cierto que la revolución guatemalteca, a pesar de su tragedia, trajo a nuestra historia ya nuestras conciencias un caudal de herencias más positivas que negativas, pero precisamente una de las herencias positivas es la necesidad de reconocer los grandes errores, los grandes defectos, las grandes cegueras, los grandes abusos, dogmas y atropellos que cometimos. El vacío de historia y de análisis político no debiera reprochar al arte funciones que éste no debe y no puede cumplir. Y el peor de los reproches y de estos dogmas es reclamar a la obra de arte una misión de espejo de la realidad. La obra no debe y no puede decir que su historia y sus personajes son los mismos que los que existieron de carne y hueso en la realidad. Si así fuera estaríamos frente aun ensayo literario o ante lo que hemos estado llamando novelas testimoniales.

Se ha dicho que los personajes que están en En el filo fueron reales y se reclama el que se distorsione su calidad humana individual. Puedo asegurar que ningún personaje es lo que se dice que fue en la realidad, ni el mismo Tigre (el "hombre lobo", Miguel). Hay muchísimos motivos de la realidad, pero son sólo mechas de caracterizaciones que desenvuelven mundos totalmente trasgresores de la realidad histórica misma.

Nada de lo que está allí fue cierto y todo lo fue. Ese misterio hace de En el filo una obra de arte.

Guatemala, 5 de septiembre de 2002

Tania Palencia Prado

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1. Marco Antonio Flores. Los muchachos de antes. Editorial Alfaguara. México, 1996.

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