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Seducción infinita de la transparencia del mal.

Gloria Hernández*

*. Librería Sophos. Guatemala, jueves 7 de octubre de 2004.

Crear es interrogarse. A decir de Virginia Wolf, lanzar el anzuelo a nuestro lago interior en busca de respuestas. Para el ser humano, La creación resulta esencial, por cuanto el diálogo que se establece con un interlocutor desconocido por medio de la obra evidencia, poco a poco, que la realidad no nos basta. Que vivir es ir esbozando la propia existencia a tinta china. Que escribir es vivir las existencias que imaginemos a pinceladas de muchos matices. Para Alejandra Flores, escribir poesía es pintar la vida con todos los colores que surjan de ese prisma que lleva dentro. E intentar comunicarse a través de ese medio cristalino con otro en busca de esa otra transparencia llamada amor. Y es aquí, en el detalle puntual del sentimiento, donde se enlaza con aquellos otros creadores que han utilizado la metáfora de la transparencia del mal como detonante de su imaginación. Para Edmond Jabés por ejemplo, “el infinito tiene la transparencia del mal”. Para Jean Braudrillard la transparencia se refiere a la seducción. Es decir que, el amor, el infinito y la seducción comparten ese espacio fronterizo de la transparencia del mal.

 

Pero, de vuelta a la poesía de Flores, es necesario aclarar que mi punto de vista con respecto a ambas está y estará por siempre parcializado. Desde hace ya varios años, conozco, quiero y admiro a la autora de esta poesía. Su sensibilidad, su inteligencia, su sentido del humor y su integridad como ser humano resultan una combinación rara y refrescante en el medio. Cuando se la conoce verdad, no se puede sino quererla y desear que siempre forme parte de nuestra vida. Aún así, creo poder referirme a algunos aspectos específicos de la obra de Alejandra.

 

Leo La transparencia del mal una vez y luego, otra y otra más. Yo no sé de poesía más de lo que siento. Pero, esa intuición me alcanza para saber que el libro que presentamos hoy se ha consolidado a base de mucho sentimiento. La escritura es una historia que no tiene fin. Similar a Bastián Baltasar Bux, el personaje central de La historia interminable de Ende, la voz poética en este libro se ve inmersa en las pasiones que recrean la poesía contenida en su alma.

 

Y como punto de partida, la imagen seductora de la transparencia de la posibilita para pasar a ese otro lado de sí misma a donde va a intentar recobrarse. La transparencia es un medio, entonces, de interrogación permanente más allá de la limitada imagen que pudiera brindar el espejo. Porque traspasar, atravesar la apariencia se intuye en la poesía de Flores como la metáfora del vacío. Ese umbral hacia la nada que va a devolvernos lo que no queremos ver, lo que no deseamos ser: “Transparencia/ a pesar de las consecuencias/ cargando con ellas siempre.” Y, si además, la apariencia a traspasar es la del mal, el recurso cobra aún más fuerza en virtud de la connotación de paraíso perdido y negado a esa voz. La misma que, a pesar de saber que “ no hay caso,” “efervesce” en su anhelo por la transparencia del mal.

 

De esa manera, esta imagen nos libera, por fin, de la sempiterna opacidad del bien. La obsesión por la tormenta y el conflicto en esta poesía deviene en imágenes que más de algún pintor querrá atrapar. Y es que la actitud hacia estos versos se intuye la del artesano: una exhaustiva exploración de su interior, inmenso diamante sin pulir, se convierte con paciencia, en el multifacético cristal cuyos destellos reflejan la intensidad del dolor con que se contemplen. Penetrar en esta poesía trae a la memoria las palabras e Proust acerca de la poca importancia de encontrar paisajes nuevos. Lo indispensable constituye la humildad de ver el horizonte cotidiano con nuevos ojos, con los propios. La poeta lo presiente. Detiene su mirada en los parajes comunes a todos y los ve de verdad para transformarlos en esta poesía de desesperanza vital pero de inevitable lucidez creativa. Desde ese esencial punto de partida, Alejandra inicia la jornada. Descubriendo un juego de seducción amoroso, sexual, sensual, vital y artístico entreverando la forma con el contenido casi como por casualidad. Reforzando todos los planos del juego de la seducción para no dejar cabos sueltos. La voz poética se constituye así, constructora de puentes hacia su lado oscuro, se torna viajera incansable a abismos de delirio en los que va despeñando, con placer y uno a uno, sus fantasmas. Conocedora de sí misma, la voz poética se declara mitómana y perversa pero, irremediablemente, muchos pasos delante de su interlocutor sentimental de turno que es a decir de la poeta “su dios y su demonio”. A su paso por los parajes inevitables del amor y de la seducción, transgrede el canon, disuelve los límites e impone nuevas reglas: las suyas. El desarraigo ineludible en la poeta se percibe doloroso ante la imposibilidad del autoengaño. Hasta llegar al infierno y encontrarse con su otro yo: esa otra mujer que es también ella, pero distinta. El extrañamiento del instante se refleja en la actitud hacia el amor y la imposibilidad de concretarlo, esbozados ambos en una sátira violenta y arbitraria con matices robados a sus sueños. Fuera de sí, permanecen el frío y el vacío al acecho, el deseo por un hombre que no existe y la polilla comiéndose al tiempo. El momento alcanza para el auto-conocimiento y la poesía que cuestiona “¿será que estarás aquí esperándome?” “...cuando regrese de las tinieblas de mi infierno” aunque se sabe, de antemano, que la respuesta nació muerta en la garganta de ese hombre fabricado con la urgencia de las madrugadas. Al final, la confesión de haberse cansado de la intensidad y querer “vivir aunque ya no sea al límite” recuerda la frase de Platón cuando decía: “Los poetas mienten”. Porque Alejandra Flores podrá hacer cualquier cosa pero menos bajarle las revoluciones a la intensidad con la que ama, odia, vive o crea. “A lo Virginia Wolf” como dice ella. Entre todos, un verso resuena claro y fiel a la poeta: “No quiero morirme a mí misma”. Y ésta es, justamente, la faceta que ella escoge de su prisma personal. Confesarse paciente aprendiz de la vida, lujuriosa amante de la poesía y descubridora de la fuerza que en ella anida, inspira y fortalece. Para Jabés, Braudrillard, Flores o para cualquier creador, la transparencia del mal. Así, esta poesía esta poesía se aproxima a los clásicos paisajes humanos, sueños, azares frustraciones, yerros y absurdos incluidos, pero dibujados con el trazo personal de una poeta habitada por certezas plenas y fecundas. Como esas de reconocerse “sola pero plena,” “ sola, liviana, mas no frágil,” “pisando el umbral de algo desconocido”, quizá ese estado naciente en el cual llega a ser querida... Reconocerse, finalmente, una maga capaz de inventar un fórmula de angustia, miedo y soledad mezclada con la dosis exacta de imaginación, ironía y sentido del humor para lograr la ansiada visión de transparencia/a pesar de las consecuencias y cargando con ella siempre.”

*. Librería Sophos. Guatemala, jueves 7 de octubre de 2004.

Tres improvisaciones para Alejandra
(a proposito de Trasnparencia del mal.
Luis Aceituno*

"¿Qué puedo darte sino el infierno?", pregunta Jaime Sabines en el epígrafe de Transparencia del mal, el más reciente libro de Alejandra Flores. Y el verso funciona como una invitación al viaje, a los abismos, a noches de locura, alcohol y droga dura como el amor, posiblemente la más adictiva.

El libro de Alejandra es una especie de diario de una o muchas estaciones en el infierno, de ese infierno que habla Sabines, ahí donde se se conjuga el insomnio, la desesperación, la soledad y la rabia. Aunque también la esperanza, como tabla salvadora: "Y cuando regrese de las tinieblas de mi infierno / ¿será que me estarás esperando?", se pregunta a su vez la autora como queriendo un luz, por débil que sea al final del tunel.

Luces que se convierten en noches de amor en medio de sábanas que guardarán para despues las intensidades, las nostalgias, los buenos y malos recuerdos. Hay muchas camas, o más bien se presienten, en los versos de Alejandra: camas desechas con pasión o con rabia, camas solitarias, camas compartidas, camas en donde al borde de la noche se planean suicidios o asesinatos, pero también otras vidas, otras intensidades, otros encuentros, otros refugios más amables para pasar la tormenta.

Y es que Alejandra parece ser la sobreviviente de muchas tormentas. Y las tormentas dejan heridas y cicatrices, terrores indescriptibles, y sobre todo pérdidas. Pérdida de la fe.

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