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*. Centro Cultural de España, distrito Cultural 4o. norte. Guatemala, jueves 9 de noviembre de 2006.

 

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Presentación "No somos poetas"

Por: Javier Payeras*

RETRATO HABLADO DE LA POESÍA OBSOLETA

Puede un artista ser justo con lo que dice, puede hablar de cosas y al fin no desorientarse, alimentarse únicamente de su vanidad, engordar de tristeza, puede un artista sobrevivir sino es su vanidad quien pelea por él. Algún rasgo egoísta debe tener la verdad y el descanso es dejarse notar, verse desde los pies, no sólo desde su agotamiento, verse necesariamente y no aisladamente. La anatomía de un escritor es su lectura, la forma en que se trenzan sus hebras, su cursilería compuesta, no esas frases remilgadas, cultivadas y cosechadas para dar de comer a los expertos, el buen vino y el buen veneno, el paquete de cigarrillos explosivos que trae dentro de su camisa a cuadros, los verdaderos locos que duermen en el manicomio, el escritor pone eso, pone el látigo en su comida y da vueltas por la noche para que le baje el desayuno, el escritor no come fuego, come brasas y las brasas lo congelan, hace estado del tiempo del ánimo colectivo, se despereza con calma. Estoy tratando de ser lírico para hablar del hombre que deja la mitad del tiempo en el papel y que no puede ocuparse de otra cosa porque el mundo fue hecho para su mal, como un hongo o como la cirrosis. Acaba de consumir un chocolate, regresa a escribir, no tiene cerveza helada, uno que otro diente a salvo... se estriñe cuando no come uvas, habla y fuma sin detenerse hoja tras hoja, a veces le grita a una nube, a veces falta al trabajo y el trabajo es aquello que lleva a cuestas como a un dios, es sonoro y torpe para decir cuidado o para articular ideas necesarias, se palidece su ánimo cuando lo interrumpe el ruido más leve y puede redactar cien hojas en medio del ruido más ensordecedor, se duerme en los aeropuertos y lo dejan varado los autobuses, nunca descansa y a veces se levanta de mañana hecho una ruina, capaz de quebrar con su gesto todos los espejos de Disneylandia, puede escribir como un genio y hablar como un idiota; regularmente es el idiota de la familia, el desocupado y el que no le pega a sus parientes por un plato de comida; consigue mujeres u hombres con su sueldo torpe y su acento de fuerano, es ampuloso cuando se lo exigen sus harapos y no toma en cuenta que la postura es su mejor reflejo; no cultiva con cuidado los contactos y la sociedad quiere herirlo en su parte más baja, esto es, a dos centímetros del plecto solar; interesado y mentecato, obstinado y ridículo, se casa con mujeres sensatas y se hace amante de su propia estupidez, corre ebrio al baño a vomitar genitales y la gente corre a ver su vómito, lo traiciona la mediocridad y el subdesarrollo, y siempre busca sacarse un mosco del ojo; no es azul, es bermellón, un color amarillo sería más exacto, es del color de las hojas viejas que se descomponen en todos los tiempos, vuelve a su escritorio rancio y se apila junto a las estrellas que a esa hora de la noche se descuelgan sobre el café, es el corte exacto que le falta a la pared, es la cadena ruidos de la bicicleta del niño, es el punto y la coma, la sed y la rabia, la hélice de una flor y una lechuza en celo, castra con los ojos y bebe demasiado en los cocteles, luego se va a dormir y a rodajear tomates en el sueño, persigue un sueldo menos que necesario, huye de la caspa atómica que dejan los políticos, dibuja distraído mientras pinta para convencerse que no es pintor, es un escritor con ruido en los dientes y orejas que captan la radio, se hace el prófugo y esgrime algún folleto fundamentalista, cree que la religión, la cábala u otra locura lo salvará del mueble eterno, muerde feo como un perro vagabundo, nunca se queda a la hora del ultraje, cuando la orgía ya ha sucumbido y solo ametrallan pies descalzos detrás de sí, habla sin parar de sus cosas, cosas sin importancia: un vaso de lápices, una lámpara, por ejemplo; hace contacto infiniestimal con seres de otras galaxias y se quita el relleno de sus muelas para no ser escuchado, agiganta los miedos que de niño lo detenían en el sofá y nombra una mitología extraña de cosas en movimiento, se adelgaza al decir lo siento, usa bigotes rodeados de pantanos y mata los cigarros tronándolos en el piso, se lanza desesperadamente a la muerte y a todos sus habitantes como si fuese un simple lagarto, o la reencarnación de alguna venus atómica; disfraza su delgada figura con un traje hecho de pararrayos y cree que algún día el dinero vendrá flotando del mar, el amor que a su costado se hace un inmejorable invento del clima, las costras se caen de su cara y por lo regular su rostro permanece vertical como una fila de ángeles; amenaza a los diarios con publicar sus dudas y se ríe estruendosamente cuando los mojigatos le llaman cínico; envía fotografías de sus amantes y las cambia por agua o historietas cómicas o detergente para enjuagarse la voz; es sonámbulo cuando entra en contacto con la voz de su abuelo, atropella sin querer a gente torpe que sólo sirve para ver debajo de los paraguas; se enajena consumiendo hachís y se da al olvido como una rutina muy cómica; es reincidente en el recuerdo y fatal para poner nombres; se cree una especie de Paracelso cuando los gatos están en celo y estira sus bolsillos con lluvia cuando debe dar de su comida; se afeita al pánico de otro sol y se pregunta ¿existirá el mañana?; no pide disculpas al profesor que se las arregla para discutirle y salir airoso, es lanzado por los aires cuando desplaza las margaritas por otras flores rabiosas, tiene hermanos torpes que a su lado sólo han podido echarse ha reír; escucha la música como quien atiende algo responsable, pletórico de colores y vital para llegar al cielo; abre su corazón con un abrelatas y se creen el únicos responsable del fin del mundo; se registra noche a noche los sobacos buscando el sello que lo declare anticristo y rompe a llorar con disimulo; vive en la casa de los otros o viaja durante años sólo para maltratar a un amigo; mata dejando almas destrozadas o animales tras las puertas reptando junto al ángel de la muerte; abre el enorme ojo que se guarda en el centro del planeta y se lanza contra él como si lo reclamara...

El escritor llega, vuelve y se va. Y el mundo sigue igual. Igual con o sin él. Igual con sus peces de colores. Con sus cigarrillos. Con sus limosinas y sus limosneros. Igual con su ahogo de siglos tropezándose en la página.

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