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Prensa Libre / Weekend. Pág. 2. Guatemala, viernes 4 de junio de 2010.

Imagen y dialéctica

El académico de la Universidad de Puebla, Sergio Tischler Visquerra, analiza en este documento las contradicciones internas de la guerrilla basado en lo que llama el canon clásico, utilizando al pensamiento de Mario Payeras como hilo conductor. De fuerte raigambre académica, pero fluida narrativa, la obra apela a historiadores, analistas políticos e investigadores independientes.

Diario de Centro América / La Revista. Págs. 1, 4-5. Guatemala, viernes 9 de junio de 2010.

"Los Acuerdos de Paz fueron
la forma de negociar una derrota"
Autor de los libros Memoria, tiempo y sujeto y Guatemala 1944: crisis y revolución. Ocaso y quiebre de una forma estatal. Coordinador de los textos A 100 años del ¿Qué hacer? Leninismo, crítica marxista y la cuestión de la revolución hoy, y de Marxismo abierto. Con John Holloway y Fernando Matamoros también coordinó Negatividad y Revolución. Theodor W. Adorno y la política. Acaba de presentar en Guatemala Imagen y dialéctica. Mario Payeras y los interiores de una constelación revolucionaria, ensayo en el que plantea el trabajo de Payeras como una posibilidad de volver al pasado y rescatarlo con el fin de resolverlo.
Por: Irene Yagüe Herrero

Sergio Tischler habla en esta entrevista sobre la situación geopolítica actual y la debilidad del sistema capitalista.

Usted abarca la experiencia de Mario Payeras desde un punto de vista ajeno a la racionalidad instrumental. ¿Se trata de una reflexión crítica del movimiento guerrillero?
Cuando leí los textos de Payeras recién escritos me produjeron una impresión muy fuerte. Creo que son extraordinarios para Guatemala, en el sentido de que retratan experiencias muy vivas, con reflexiones agudas. Fue la única persona que, en esa situación de guerra revolucionaria, tradujo en imágenes cuestiones que comúnmente son clandestinas. Sí se han visto cuestiones militares, de propaganda, bélicas, pero es difícil acceder a toda esa subjetividad de los movimientos, del fenómeno guerrillero mismo. Desde hace tiempo quería penetrar en los textos de Payeras y ahora lo hago basado en las ideas de Walter Benjamin de imagen dialéctica, de constelaciones. Esta noción me parece importante, en primer lugar, para romper una visión lineal de la historia y, en segundo lugar, porque permite ver los momentos de creatividad y de libertad revolucionaria que después quedan encapsulados, en este caso, dentro de una derrota. La derrota guerrillera implicó, de alguna manera, que todas estas experiencias se redujeran a una especie de aspecto de poder. Es decir, si no ganaste no existes. En mi opinión, es importante rescatar ese aspecto de libertad en las luchas revolucionarias.

¿A qué hace referencia el término de “imagen dialéctica”?
Es un rompimiento del continuo que nos permite ver un momento específico sacado de la historia. Adquiere una especie de consistencia individual, particular, que no está inmersa en el continuum histórico, que es el continuum de la dominación. Para Benjamin, la revolución implicaría eso: romper el continuum. La idea de imagen dialéctica se contrapone a la idea de dialéctica tradicional o hegeliana, que tiene que ver con la síntesis, el continuum y, por lo tanto, el poder. La idea benjaminiana se basa en constelaciones, no en síntesis. Visto así, la experiencia guerrillera en Guatemala es un rompimiento de ese continuo que permite pensar ese lado de la historia, reflexionar sobre las posibilidades de crear otra historia, de alguna manera actualizar. Desde una posición tradicional, el pasado está ahí y ahí se quedó. No se rescata porque está metido dentro de la continuidad. Pero el pasado no está muerto y menos aún resuelto.

¿Y esto tiene que ver con la forma en la que terminó el conflicto guatemalteco, de manera un tanto abstracta?
Exacto. Yo creo que hay muchas cuestiones que quedan pendientes. Una gran cantidad de gente, mucha ligada a la URNG, planteó los Acuerdos de Paz como una ruptura completa, como una forma de dejar el conflicto en el pasado. Los acuerdos eran una especie de bisagra que permitía dar vuelta a la hoja de la historia y plantear la situación en términos de modernidad democrática. Yo no creo en eso porque la resolución de la cuestiones pasadas, a través de los Acuerdos de Paz, implica una claudicación con ese pasado. La idea de esta imagen dialéctica plantea cómo los problemas del pasado que no están resueltos configuran un presente.

¿Qué es lo que se deriva de este pasado no resuelto?
Como dice Benjamin, toda crítica al presente se hace a partir de una tradición. Rescatar una tradición no significa repetir, sino que forma parte de un acto crítico que sin autocrítica no existe. Si no hay actualización de este tema, nuca se va a resolver. Yo me baso mucho en la experiencia zapatista porque corta con la experiencia guerrillera clásica tradicional y comienza a moverse en la dirección de la autonomía, de diálogo con la población, de respeto a las formas tradicionales de resistencia de las comunidades. Ellos dicen que quieren ser un espejo y no un modelo. Se basan en tradiciones de luchas indígenas, pero no a través del fetichismo y el ensalzamiento, sino como actualización de la tradición, que a la vez rompe con las cuestiones no tan buenas de la misma tradición, como por ejemplo el problema del machismo. Por tanto es una crítica y una autocrítica de la misma comunidad. Así veo la cuestión revolucionaria, como la necesidad de un cambio social en las actuales condiciones, potenciando la tradición revolucionaria, que a través de una crítica y autocrítica se actualiza.

¿Por qué existe ese sentimiento de derrota revolucionaria?
Es el país con más muertos, con una guerra más prolongada, donde supuestamente existían las estructuras guerrilleras más organizadas, y realmente es patético su final. En la actualidad, ¿qué fuerza tiene la URNG? Poca. La mayor parte de la gente está desilusionada con estos resultados. Uno se da cuenta de que en Nicaragua y en El Salvador los resultados son otros. Aquí no se pudo actualizar esa tradición y el quiebre en el planteamiento del proceso crítico y autocrítico es muy fuerte. No solo es importante el posicionamiento hacia la inmediatez política, sino cómo actúas como sujeto de cambio en la sociedad. Esto tiene que ver con posiciones teóricas, no solo con la fuerza real que tengas. En Nicaragua hay tensiones, pero sobre una base que quedó más o menos estructurada. Igual pasa con el FMLN, que tiene una base grande y que además sufrió un cambio de mentalidad y de estructuras de sensibilidad. Aquí la sensación es de desmoronamiento.

¿Alguna vez el movimiento revolucionario tuvo una base, una ideología unitaria clara?
Es algo complicado porque la forma indígena y campesina en Guatemala es muy diferente al resto de Centro América. Esta forma irrumpe con cierta autonomía en los ochenta, pero no logra cuajar. Hubo acercamientos entre esta historia propia de los pueblos indígenas, la historia del movimiento revolucionario y sus organizaciones. Hay múltiples historias de resistencia en el país, como las locales, con tiempos y ritmos de insubordinación colectiva diferentes a los de la guerra.

Se trata de resistencias de muy largo plazo, pero invisibilizadas hasta por los guerrilleros que estaban ahí. Hay que entender esta historia como historia de autonomías, que incluso desafían las formas nacionales de organización, y a las que hay que acercarse de manera no tradicional.

Además creo que hay una visión equivocada de que los Acuerdos de Paz fueron consensuados con las organizaciones indígenas. Fue una forma de negociar una derrota, se estableció una forma conservadora de poder, con la fachada de una cuestión democrática. No fue tal logro democrático si uno se para a pensar cómo está la gente. No ha habido ningún cambio. La gente estaba más organizada antes, tenía mayor capacidad de reacción y de presión sobre el Estado.

¿Esto tiene que ver con la situación geopolítica actual, con la globalización?
Claro. Vivimos en una relación de fuerzas desfavorable a la que nos acomodamos y a la que sobrevivimos, sin tener una crítica radical sobre este sistema. Ahí esta el problema de cómo actualizar todos los temas que antes eran fundamentales y que se quedaron engavetados. Esto implica un desgaste terrible para organizaciones que se dicen de un determinado discurso, pero cuyas prácticas no tienen que ver y que además no encuentran cómo moverse dentro de este mundo al encontrarse inmerso en la trama de la hegemonía. Es lo que ocurre con los partidos políticos. Ya no son contrahegemónicos, sino parte de la trama. Ahora la crítica en este sentido viene desde los movimientos sociales. La fuerza de mantener un horizonte anticapitalista viene desde más abajo, ya no de los partidos, porque estos son, de alguna manera, mediadores de la trama. Ni siquiera cumplen esta función los partidos de izquierda, que también son parte del juego y cuyo horizonte no es anticapitalista. Evo Morales está en el poder, pero gracias a los grandes movimientos sociales que lo sostienen ahí. Son movimientos que guardan autonomía respecto al poder y que tienen capacidad de cerco en las decisiones del Gobierno.

¿Cómo definiría la democracia actual? ¿El capitalismo neoliberal nos ha llevado a un punto de inflexión necesario?
No hay salida dentro del sistema. El capitalismo es destructivo en términos ambientales, de pobreza, de marginalidad. Creo que esta acumulación de capital hay que verla ya como una catástrofe, porque no mejora nuestra condición de existencia. Es fundamental ver esto como una ruina para poder pensar en otra sociedad.

En la actualidad estamos en una constelación diferente a la que se produjo con la caída del Muro de Berlín y el desplome del socialismo real, que fortaleció la ideología liberal y la visión del capitalismo como la única forma de existencia civilizada. Solo el desplome del campo socialista permitió ver el déficit conceptual ético moral en que estaba basado y ahora vivimos en esta sensación de que no hay otra posibilidad. Esto ya lo pensaron los intelectuales de la Escuela de Frankfurt, que previeron la crisis del socialismo real, pero también de la alternativa, del capitalismo. Es lo que los hace actuales, no pensar dentro de un partido ni una ideología específica.

Ahora se nos presenta la democracia como el eje ideológico de esta trama hegemónica capitalista. La democracia ligada al mercado fue la salida que se planteó a los problemas del autoritarismo y totalitarismo en los países socialistas y de los Estados militarizados en América Latina. Pero ese neoliberalismo no es ninguna salida real a los problemas. Vemos que sus propias contradicciones rebasan todos los mecanismos democráticos, como es el caso del problema del narcotráfico. Estas democracias no pueden ser entendidas sin la corrupción, que se ha convertido en una mediación fundamental de la política en estos países. Hoy el voto se construye políticamente a través del clientelismo, la corrupción. El papel de los medios masivos de comunicación es, a mi juicio, desastroso. Existen muy pocos medios críticos y se mantiene así a la población absolutamente adormecida. Esta democracia se sostiene en un proceso en que la izquierda, fundamentalmente institucional, se ha vuelto parte de ese juego hegemónico, como mediación que tiene como horizonte el fortalecimiento de las relaciones capitalistas.

¿Cuándo colapsará el sistema, teniendo en cuenta sus consecuencias nefastas, con la crisis financiera mundial o el ahondamiento en las diferencias entre ricos y pobres?
Yo creo que no colapsará si no hay fuertes movilizaciones sociales con un horizonte de visibilidad alternativa. El problema es que los movimientos sociales se caracterizan por su dispersión. Hay muchas luchas, derivadas de la incapacidad del sistema de resolver sus fallas. La cuestión es cómo aunar estas luchas sin transformarlas en soportes de un partido político unificado que tiende a insertarse dentro del sistema.

¿Qué visión tiene sobre el Estado europeo proteccionista, que ahora está decayendo y que ya no da abasto?
Todos los países europeos ahora se tienen que echar atrás, no solo por el problema financiero, en el que hay menos ingresos y más gasto, sino que también se trata de una de las contradicciones propias del sistema. Ante la incapacidad del Estado de enfrentar las contradicciones del capitalismo de una manera sana, tenemos el horizonte de la crisis. El capital va buscando tasas muy altas de beneficio que hacen saltar los mecanismos del Estado, lo que hace imposible la regulación. Lo único que pueden hacer los Estados es elevar las tasas impositivas de la clase media. No creo que en este momento haya soluciones suficientemente claras al problema. Desde mi punto de vista, las soluciones tienen que ver con una dimensión histórica, por lo que se necesita producir una política unitaria alternativa, pasando de la resistencia a la estrategia.

Diario de Centro América / La Revista. Págs. 1, 4-5. Guatemala, viernes 9 de junio de 2010.

Imagen y Dialéctica
Mario Payeras y los interiores de una constelación revolucionaria
> Sergio Tischler Visquerra
> FyG Editores, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades
“Alfonso Vélez Pliego” (BUAP) y Flacso- Guatemala

El sociólogo guatemalteco Sergio Tischler abarca la lucha revolucionaria de Mario Payeras desde un punto de vista ajeno a la racionalidad instrumental. Así es como, a través de un diálogo constante con Walter Benjamin y su noción de imagen dialéctica, Tischler ofrece un pensamiento crítico del movimiento guerrillero, que se extiende, fuera del continum de la historia, a los movimientos sociales contemporáneos en Latinoamérica como tensión entre organización y cambio social. Esta reflexión aparece actualizada hoy día sobre la construcción de lo nuevo, sobre ese mirar hacia adelante.

“Leí los textos de Payeras recién escritos y me produjeron una impresión muy fuerte, son extraordinarios para Guatemala en el sentido de que retratan experiencias muy vivas con reflexiones muy agudas, puesto que fue la única persona que en esa situación, traducía en imágenes cuestiones que eran clandestinas”, expresa el autor. Esa subjetividad impregnada en los textos revolucionarios es la que Tischler destaca como factor especial a la hora de romper con la visión lineal de la historia guatemalteca, con ese encapsulamiento que caracteriza las experiencias de la guerrilla tras su derrota. | IYH | DCA

Revista D / Prensa Libre. Pag. D-29. Guatemala, domingo 6 de junio de 2010.

La contradicción interna de la guerrilla

Sergio Tischler presenta una aproximación a las contradicciones internas de la guerrilla, a partir de su articulación dentro de lo que denomina el canon clásico, centrado en el trabajo y en la soberanía, contradicción que tendió a instrumentalizar “el flujo social de la rebeldía” en el Estado y bajo categorías de poder.

La relevancia de esta tensión es que aparece actualizada hoy día en todos los esfuerzos por construir nuevas formas de la política. La tensión entre organización y el cambio social se encuentra presente en la reflexión sobre la construcción de lo nuevo por venir y su establecimiento, y es parte de una discusión añeja, entre potentia y potestas, actualizada desde frentes prácticos y teóricos en el pensamiento y en los movimientos sociales, con nociones como poder hacer/poder sobre, mandar obedeciendo, autonomía/soberanía, multitud/imperio, poder obediencial.

Su escritura intensa dirige la mirada desde la intimidad literaria al análisis social, de la historia a la teoría, invitando a la lectura atenta y al diálogo inteligente. El libro se coloca en esa tradición de historiadores que han buscado peinar la historia a contrapelo, derribar estatuas y disparar a los relojes, y es una herramienta importante para pensar el frente. (Antonio Fuentes Díaz, en contraportada).

Imagen y dialéctica. Mario Paveras y los interiores de una constelación revolucionaria. Sergio Tischler Visquerra. F&G Editores. 148 páginas. ISBN: 978-99939-84-06-1

Diario de Centro América / Arte & Cultura. Pág. 15. Guatemala, lunes 12 de julio de 2010.

Mario Payeras y los interiores de una constelación revolucionaria

Imagen y dialéctica, de Sergio Tischler Visquerra
(I parte)

Por: Rodolfo Arévalo

En 1929 apareció publicado en ruso el libro de Valentín Nikólaievich, El marxismo y la filosofía del lenguaje, y no fue sino hasta 1976 cuando se conoció en el mundo hispanoamericano. Tiempos, como explica Tatiana Bubnova, su traductora, no muy propicios para que apareciera en Argentina, bajo la tiranía militar contrainsurgente del poder de facto de los generales Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti, quienes todavía hacen historia. Bien se sabe que se desató una persecución rayana en lo insano, y por lo tanto todo aquello que diera indicios de tener alguna conexión con el marxismo sufría las consecuencias de una de las represiones más fuertes de la región. Así que los editores cambiaron el título y le pusieron el nombre de El signo ideológico y la filosofía del lenguaje. Comienzo con esta alusión porque el libro de Tischler tocará directamente la subjetividad y también la figura dialéctica. Y el libro de Volóshinov nos ayuda a entender la complejidad del asunto.

Las reflexiones de Tischler se basan en el pensamiento de Walter Benjamin y los libros de Mario Payeras, sobre todo en aquellas partes que le interesan al autor para destacar la creación de la imagen dialéctica y el problema de la subjetividad del combatiente y su relación con sus compañeros, la historia y sus orígenes, además de los otros, en este caso los indígenas, que participaban en la contienda. Para Walter Benjamin, la creación de una imagen dialéctica está relacionada con el rompimiento del tiempo lineal de la burguesía por la nueva vivencia, que sería la revolucionaria, que se le opone, creándose así una imagen diferente de temporalidad porque la llena la subjetividad rebelde. De igual manera, Volóshinov instruirá que, para que el lenguaje tenga una certeza y comunique la revolución, tiene que cambiar e inventarse nuevas maneras que no caigan dentro del sistema ya establecido por la dominación. Incluso compromete la formación de la conciencia a esa utilización del signo cargado de ideología. Escribe: “La conciencia se construye y se realiza mediante el material sígnico, creado en el proceso de la comunicación social de un colectivo organizado. La conciencia individual se alimenta de signos, crece con base en ellos, refleja en sí su lógica y sus leyes. La lógica de la conciencia es la de la comunicación ideológica, de la interacción sígnica en la colectividad. Si privamos a la conciencia de su contenido sígnico ideológico, en la conciencia nada quedará. La conciencia solo puede manifestarse en una imagen, en una palabra, en un gesto significativo”. Desde este punto de vista, los escritos de Mario Payeras comunican la existencia de una posibilidad por medio de la “palabra, como el fenómeno ideológico por excelencia”, Payeras nos introduce en un mundo de posibilidad, en un “umbral” del cual debemos comprender y entender sus consecuencias y limitaciones.

Y esto es lo que Tischler busca en los escritos de Payeras, la significación nueva que le dé sentido a la colectividad rebelde. Descubrimos paso a paso que cada uno de los combatientes tiene nexos indisolubles con la estructura de poder, que la subjetividad todavía está formada dentro de esas estructuras y que, pese a sus enormes esfuerzos, no hacen sino repetir los acontecimientos en el pequeño colectivo del cual forman parte. Incluso la descripción de Payeras tiene una estética de la dominación pero es como lo dice Volóshinov La conciencia se llena de signos y estos signos provienen de la formación que cada uno recibió y su contacto con el poder del sistema dominante. Por lo tanto se debe liberar ese nuevo decir, ese nuevo significado. Este es el paso más difícil. ¿Cómo encontrar la nueva imagen, el nuevo signo? Tischler cree que Payeras lo hace describiendo sus experiencias en la búsqueda de su rebelión, en esa linealidad de la temporalidad que se rompe en la realización de la rebeldía a eso dado y allí es donde se agolpa la imagen dialéctica, allí es donde se resuelve la contradicción.

El otro fenómeno que se desprende de aquí es la disyuntiva que tienen con los pobladores. No obstante estos se agregan a la lucha y simpatizan con la rebelión, siguen desligados de la formación de nuevos signos al hablar sus propios idiomas, aunque quizá allí se encuentre una clave. Quizá si Payeras hubiera tomado el punto de vista de ellos o de alguno de sus líderes sin contaminación occidental tendríamos el atisbo de un nuevo signo. Pero la lucha se da desde un convencimiento razonado desde Occidente, las luchas que emprendieron los indígenas, y que se cuentan por miles, no fueron vistas en su tiempo, que sí sería el rompimiento del tiempo Occidental, pero se perdieron en el anonimato, con sus víctimas y líderes de los cuales solo los más famosos reconocemos. Entonces esta guerra de guerrillas en su segunda etapa, con un sueño mesiánico que interrumpe toda originalidad, y su relato no tienen hasta donde voy el formato de una creación de imágenes que den una nueva palabra, sino que repiten los acontecimientos, narran la aventura, pero dentro del sistema de valoración occidental, y por eso la derrota sufrida. Probablemente si se inscribieran desde otra perspectiva, que Tischler hace el esfuerzo de descubrir, encontraríamos los afilados restos que están allí pero no comprendidos con el pensamiento occidental, que está lleno de su propia imaginería y vicia las alternativas, las cuales se nos pierden.

Diario de Centro América / Arte & Cultura. Págs. 18-19. Guatemala, miércoles 14 de julio de 2010.

Las interioridades de una revolución

Imagen y dialéctica, de Sergio Tischler Vizquerra
(II parte)

Por: Rodolfo Arévalo

En la primera parte, apoyados en los conceptos de ideología y cómo se va formando la conciencia por medio de imágenes con base en las ideas de Valentín N. Volóshinov, comentamos el libro de Tischler sobre la manera en que él presenta a Mario Payeras rompiendo el tiempo lineal para ir conformando un tiempo revolucionario que tenga la nueva visión de lo que está sucediendo. Para W. Benjamin, pensar críticamente era romper con el concepto del tiempo de la forma burguesa de la existencia y con esto, lo que agregábamos: que posiblemente si la voz de los indígenas que lucharon a su lado hubiera sido escuchada: y de una manera que uniera esta nueva confrontación con las insurrecciones del pasado, quizá hubiera sido más fácil concertar nuevas imágenes que estuvieran menos influenciadas por la ideología dominante. Pero esto no ocurre. Incluso la estética literaria de Payeras es una estética occidental, y esto debido a la forma en que Volóshinov explica cómo se forma la conciencia y cómo el lenguaje es una de las herramientas de dominación que utiliza el sistema. Incluso dice sobre las artes que estas, al final, tienen que ser interpretadas por la palabra, y que allí se encierra la ideología. Es decir, adelantándose 30 años a Jaques Derrida, nada escapa a esa dominación del texto y, por lo tanto, de la filosofía occidental con sus centrismos. Y este es el caso de Payeras, que aun con su convencimiento (conciencia) rebelde y su planificación de guerra, no escapa de la manera que ya había fracasado y se tiene que enfrentar profundamente a los mismos obstáculos: ¿cómo encontrar una nueva forma de decir? ¿cómo descubrir la nueva forma de hacer símbolos? Y es cuando apuntamos que la parte indígena queda relegada. La guerra de guerrillas que inició Payeras fue con un grupo de hombres jóvenes que no tenían ni la menor idea de formar nuevas imágenes y realizar una historia que fuera en contra del tiempo que proponía el sistema dominante, lo que accionan lo hacen bajo la lógica de una guerra de guerrillas, tratando de no cometer los errores del pasado, pero desgraciadamente solo logran variantes y no posturas diferenciadas completamente. La selva no podía ser una imagen nueva porque era indomeñable y funcionaba ambiguamente. La única manera de hacer este nuevo lenguaje quedó en el espacio de compartir de los habitantes de la selva con los guerrilleros, pero no se encuentra un avance en ese sentido. No hubo tiempo para realizarla. La represión fomentó viejas imágenes de dominación y estas sí fueron interiorizadas. El miedo y el desconcierto llegaron a formular la realidad, y allí se quedó la guerrilla de Payeras. Pero Tischler apunta a otro momento que debemos analizar: las individualidades del grupo, la subjetividad. Por ejemplo leemos en Payeras, citado por Tischler: “Lancho, Jorge, Julián y Mario pertenecían al grupo étnico achí. A pesar de los vínculos de la lengua y la cultura no formaban grupo (…)” Esto ya nos adelanta cómo ha sido de difícil la incorporación a las colectividades dentro de los pueblos originales y cuánto han tenido que luchar para ir volviendo a sus propias costumbres. La mayor, si no única fuerza que los logra unir es romper con la temporalidad de opresión que los ha castigado durante siglos, y quizá de forma inconsciente para ellos era esta lucha más imperativa que para los otros miembros del grupo que podían estar allí por otros motivos. Agrega más adelante que cada miembro del grupo guerrillero tenía razones de clase para estar en la montaña. De todas maneras estos individuos tienen una consigna y esa les dará el sentido hasta el final de sus acciones. Las tácticas de este grupo se deslizan del “umbral” a la acción, pero siempre regresan al umbral, que está representado por la selva. El umbral es todavía lo indeciso, lo que no se convierte en un rompimiento total de la temporalidad para tomar la historia, ni de la subjetividad para lograr la colectividad. Por ejemplo, la toma de un determinado territorio, salir abiertamente a una guerra hubiera sido traspasar el umbral, pero no se tenían las armas, ni las circunstancias lo ameritaban. Existió siempre una división muy clara entre los guerrilleros y los pobladores, incluso la primera, como una nueva forma de autoridad. Es decir, volvemos otra vez a toparnos con conceptos y vivencias contradictorias en relación con los dos tipos de poblaciones: una ofuscada y tradicionalmente abusada, y la otra extraña, que está tratando de iniciar una guerra y lo único que tiene claro es la acción guerrillera.

El libro de Tischler por primera vez nos trae cómo analizar determinados momentos de ese pasado que se ha vuelto remoto y que es necesario volverlo a estudiar y volverlo a discutir para entrever que pasó, o que entendemos de lo que pasó. Seguiremos en una tercera parte.

Revista D / Prensa Libre. Pag. D-8 y D-9. Guatemala, domingo 18 de julio de 2010.

Una vida para explicarse lo sucedido
El escritor e investigador Sergio Tischler
habla de su vida y del porqué de su reciente propuesta
Por: Ana Martínez De Zárate. Fotos: Érick Ávila

Sergio Tischler ha tenido una vida difícil. Su padre, Rafael, secretario general del Sindicato de Trabajadores de Educación en la época de Jacobo Árbenz, tuvo que huir con su familia a México, tras la Contrarrevolución quiso regresar, en la clandestinidad, pero fue asesinado. Sergio apenas tenía 14 años. Sin embargo, quedaban muchos años de pesadilla. “A mi madre la metieron presa cinco meses, y estuvo dos semanas desaparecida”, cuenta. Fue en ese momento cuando, con 17 años, huyó a Moscú, donde pasó unos seis años estudiando Historia. Intentó volver a finales de los años 1970, pero la situación seguía siendo muy peligrosa para él. Por eso prefirió instalarse en México, donde reside desde entonces con su esposa y su hijo, con un objetivo claro: investigar el movimiento revolucionario en Guatemala. Hoy se encuentra en el país, al que viaja en forma asidua, esta vez para presentar su reciente libro Imagen y dialéctica. Mario Payeras y los interiores de una constelación revolucionaria.

¿Cómo le afectó la muerte de su padre?
A mí lo que me gustaba era la biología. Las ciencias sociales no me llamaban mucho la atención, pero a partir de la muerte de mi padre, cuando tenía 14 años, me empecé a interesar por estas cuestiones de carácter social. Quería entender qué había pasado y entenderme un poco a mí también. Estaba muy vinculado a mi padre.

¿Perteneció a la Juventud Comunista?
A partir de este hecho comencé a participar en movimientos estudiantiles de secundaria. Pertenecí a la Juventud Patriótica del Trabajo, donde trabajaba en cuestiones de propaganda y educación, que era leer materiales del partido y explicar esos documentos. Pero, además, tenía una inquietud desde chico, era una inquietud por cierta autenticidad. Necesitaba saber qué estaba haciendo, porque estaba metido en una corriente histórica siguiendo los pasos de mi padre, pero sin una conciencia suficientemente clara de qué estaba haciendo.

Básicamente usted decide investigar todo el proceso revolucionario.
Mi padre era una persona con características prácticas. Quería diferenciarme un poquito de él, por eso comencé a interesarme por el carácter teórico e intelectual. En 1971 tuve problemas más serios de seguridad. A mi madre la metieron presa cinco meses, y estuvo dos semanas desaparecida, y entonces me tuve que ir del país. Me fui a Moscú, como era la costumbre, a estudiar Historia, y regresé en 1978. Me sacaron, porque la situación estaba muy fea acá, pero cuando regresé estaba peor, en el sentido de seguridad. Comencé a trabajar en la Universidad de San Carlos, en Historia y Economía; pero estaban matando a un montón de catedráticos, muchísimos. Por eso decidí irme de nuevo del país, a México. Salí a tiempo.

¿Cómo fue la experiencia en la ex URSS? ¿Sus creencias se asentaron?
Fue un fenómeno muy contradictorio. Antes de ir tenía una imagen idealizada, pero ya me habían contado que existían problemas en el sistema. Eso me ayudó a afrontar la situación, y después traté de ir pensando las cuestiones que para mí no funcionaban y por qué. El problema del socialismo fundamentalmente era el centralismo democrático, que era asfixiante para cualquier vida libre. La cotidianidad, en general, estaba estancada, muerta. Este proceso del 89 no me agarró dormido, sino que era una cuestión que estaba ahí. Había crisis.

¿Cuánto tiempo estuvo?
Seis años. Incluso me ofrecieron hacer un doctorado, pero dije que no me interesaba, porque sabía que iba a ser lo mismo, y es que la vida estaba estancada. No había oportunidad de debate, no existía un espacio de reflexión crítica. Para completar la bibliografía de la carrera lo hacíamos con material que traía gente de México o también con obras que tenían los hijos de los refugiados españoles. Eso era una ventana que oxigenaba.

¿Seguía al tanto de Guatemala?
Estaba organizado con un grupo de personas que habían huido de Guatemala como yo. Muchos eran mis amigos de la juventud comunista. El hecho de estar en Moscú y sacar la carrera era una especie de compromiso político. Debíamos regresar para difundir esos conocimientos. Esta situación de estudiar en Moscú, mucha gente de la organización no estaba de acuerdo, porque era una situación de privilegio. Me lo ofrecieron porque se pensaba que corría riesgo, pero también mucha gente que corría riesgo se quedó. Lo acepté porque a mi edad no tenía condiciones de asimilar esa situación de represión. Decidieron darme un poco de tiempo y espacio para que me encontrara.

¿Su familia lo apoyó?
Mi madre, un poco; siempre sufrió mucho. Había un poco de apoyo en cuanto a protección, pero no en el apoyo de estar conmigo en estas cosas. Hubiera preferido que me dedicara a cualquier otra cosa. Realmente ha sido un poco difícil, porque se quiebra el vínculo con tus familiares. Salí muy joven, con 17 años, y regresé a los 23, pero al año me tuve que ir otra vez. La reconstrucción de la relación con mis familiares ha sido complicada, porque ha habido cuestiones no dichas que implican historias no resueltas. Ahora nos llevamos bastante bien, porque hemos podido platicar algunas cosas; lo cual nos ha abierto la posibilidad de una relación más flexible. Mi madre vivió una vida muy dura desde que conoció a mi padre: exilio, luego venir acá, la persecución de mi padre. Por eso no comulgaba con que él tuviera un puesto de ese tipo en Guatemala, por el riesgo que implicaba. Es una cuestión que aún está y que ya trabajé en psicoanálisis (risas).

Luego de la ex URSS regresó a Guatemala, pero solo un año, ¿por qué se fue después a México?
Tenía las ganas de estudiar una maestría en Flacso, porque el director, René Zavaleta Mercado, era un sociólogo boliviano muy importante para el pensamiento crítico latinoamericano. Había leído textos suyos y me impresionaron, y lo que quería era estudiar con él o por lo menos estar cerca de él. Entonces me fui en los 80 otra vez solo. Ingresé en esta maestría de sociología en Flacso y estudié con él.

Pero luego cambió rumbo a Puebla. ¿Por qué no se quedó en el DF?
La Universidad de Puebla estaba controlada por la izquierda en esa época y llegó mucha gente exiliada. El ambiente era muy interesante, porque había un grupo de guatemaltecos como Severo Martínez Peláez, el padre de la historia marxista crítica de acá, Carlos Figueroa y varios más. También, muchos latinoamericanos que habían huido de sus dictaduras.

Se me acababa la beca y necesitaba algo para sobrevivir. Al principio pensé en el DF, pero ya la situación para quedarse era complicada, porque no había tanto trabajo. Por otro lado, me gané una plaza en Puebla. En ese momento había bastantes plazas a concurso. Conseguí el trabajo y me fui quedando ahí poco a poco. Pensé que iba a ser temporal, mientras conseguía en otro lado, aunque ya no busqué mucho, porque encontré un lugar que me permitía hacer ciertas cosas.

¿Se siente más mexicano o guatemalteco?
La cuestión guatemalteca es muy importante para mí, por eso es que estoy aquí y vengo cada poco tiempo. Gran parte de lo que yo escribo es sobre la experiencia de Guatemala, aunque también he escrito sobre el zapatismo y otros movimientos generales en Latinoamérica, pero realmente la experiencia guatemalteca me marcó. Me siento más guatemalteco. No tengo ese dilema de preguntarme: “¿Qué soy yo?”. Pero también me siento parte de México. Mi corazón está más por acá, pero también está rompiendo fronteras. Estoy muy emocionalmente ligado al movimiento zapatista. Muchas de las reflexiones que hago tienen que ver con lo que yo denomino la iluminación zapatista. Siento que en ese sentido podía ser muy tzotzil, soy una mezcla.

¿Por qué eligió la figura de Mario Payeras para escribir su libro reciente Imagen y dialéctica. Mario Payeras y los interiores de una constelación revolucionaria?
No hay un testimonio tan importante como los textos de Payeras, porque vienen desde el movimiento revolucionario mismo y a partir de la experiencia casi inmediata. No son iguales los testimonios que aparecieron después de los acuerdos de paz. Estoy seducido por la obra. Hay cuestiones de análisis político de las que discrepo, pero siempre he seguido sus obras en término de los testimonios, porque me parecen que traducen ese momento, esa subjetividad, que comúnmente no aparecen en los relatos de después. Esta es la riqueza de Payeras.

¿Por qué cree que falló el movimiento revolucionario en Guatemala?
En mi opinión, hubo varias cuestiones. La guerra revolucionaria descuidó aspectos muy importantes, como todo lo urbano. Pero todo esto hay que estudiarlo muy cuidadosamente. Últimamente hay estudios que sostienen otras teorías. Por ejemplo, también se dice que una de las causas de esta derrota fue porque no se entendió muy bien el carácter de la resistencia indígena por parte de las organizaciones político militares. Hubo una separación entre ambos movimientos. Primero fue un matrimonio, pero no hubo una completa comunicación entre los dos.

Lo que está claro es que hubo deficiencias en cuanto a estrategias. El mismo Payeras lo dijo.

¿Qué similitudes y qué diferencias tiene la resistencia de Guatemala con la de Chiapas?
La similitud es que estas resistencias tienen que ver con la incorporación del campesinado indígena al movimiento con la dimensión de la comunidad como protagonista de la lucha. Sin embargo, en el caso de Chiapas, la guerrilla no dirige a las poblaciones indígenas, sino que es el ejército de las comunidades. Eso es muy diferente. Además, en Chiapas han roto con la mala tradición comunitaria, ya que había mucho alcoholismo, machismo… Por ejemplo, hay una ley de mujeres. Una vez Marcos dijo a los periodistas: “Ahora vamos a enseñar nuestra arma secreta”. Y apareció una mujer muy bajita con un pasamontañas, y dijo: “Esta es nuestra arma secreta”. Quería transmitir que la fuerza de los zapatistas estaba en las mujeres. En Guatemala no se ha planteado algo parecido. No se puede proyectar un cambio social si no cambia uno primero.

¿Cómo ve Guatemala ahora?
La actualidad de Guatemala me parece un desastre, aunque la de México también (risas).

Lo que noto aquí es que esta descomposición en parte es causa de la ausencia de un movimiento social poderoso autónomo, que plantee una reforma política ética moral que vaya más allá de los acuerdos de paz. Estos acuerdos no trajeron paz. No se ha democratizado más el país, no ha habido cambios. Las élites controlan los mecanismos de poder, aunque haya conflictos entre ellas, pero la presencia de lo popular como fuerza no aparece. Veo resistencias más profundas en comunidades del occidente del país que están en contra de proyectos mineros e hidroeléctricos. Esta fuerza ha recuperado el concepto de comunidad como sujeto de resistencia. Es una esperanza.

Biografía
> Nació en Ciudad de Guatemala, en 1954.
> Es coordinador del seminario Subjetividad y Teoría Crítica del posgrado de Sociología del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades Alfonso Vélez Pliego, de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
> Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, en Mèxico.
> Es autor de los libros Memoria, tiempo y sujeto (2005) y Guatemala 1944: crisis y revolución. Ocaso y quiebre de una forma estatal (2001).
> Además, es coordinador, con W. Bonefeld, del libro A 100 años del ¿Qué hacer? Leninismo, crítica marxista y la cuestión de la revolución hoy, junto con John Holloway y Alberto Bonnet, del libro Marxismo abierto, dos volúmenes y de Zapatismo, subjetividades emergente y teoría social, con J. Holloway y F. Matamoros.
> También participó en la coordinación del libro Negatividad y Revolución. Theodor W. Adorno y la política (2007).

Diario de Centro América / Arte & Cultura. Págs. 14-15. Guatemala, lunes 19 de julio de 2010.

Las interioridades de una revolución

Imagen y dialéctica, de Sergio Tischler Vizquerra
(II parte)

Por: Rodolfo Arévalo

Tanto los guerrilleros como los pobladores son personas con una subjetividad que está formada de maneras diferentes. La subjetividad de los pobladores se queda en la acción, que era como el resultado de una comunicación que llevaba hasta estas consecuencias, que podían ser fatales, pero la idea de una liberación de la realidad que los dominaba bastaba para intentar algo que prometía una manera diferente de hacer las cosas. En esta parte cabe mencionar lo mesiánico con su doble figura: la de la creencia en una utopía, que se necesita implementar con el martirio de las consecuencias de la guerra; y la otra, que es una figura que se rompe por mitológica. Lo mesiánico desde Benjamín, muy influenciado por el misticismo judío, es una promesa de salvación y devolución de una cultura. En el caso de los pobladores del Altiplano aquello era una esperanza de romper con la explotación y miseria de su realidad aplastadoramente totalizante e histórica. Hay una diferencia significativa entre esperar lo mesiánico cargado por lo profético religioso-místico y realizar esa proeza sin los suficientes instrumentos y con un enemigo que superaba sin límites a esa esperanza. Es decir, el habitante que militó junto con la guerrilla lo hizo desde una necesidad imperiosa. Desde esa perspectiva estaba en peores condiciones que los guerrilleros porque no podía escapar. El rompimiento temporal que al campesino le acontecía (no sabemos hasta dónde lo comprendió, como veremos adelante) arrastraba inevitablemente a su familia, a sus padres y con ellos al pueblo entero. Esta circunstancia, mantenida durante siglos, daba como una oportunidad a la rapiña de un Estado corrupto y alentado por miedo de una burguesía que se miraba amenazada y al mismo tiempo impedía que se arrojaran todos por igual a enfrentarse a un régimen que para algunos resultaba aceptable.

Igual que las miles de insurrecciones que a lo largo de la historia guatemalteca van suprimiéndose, matando sin juzgar nada, porque el proyecto de explotación era lo importante, y por eso es loable la lucha por otorgarle una subjetividad a ese habitante (escuela de Salamanca), y por eso la incesante lucha de unos cuantos (Sahagún) por hacer valer la calidad de persona a ese conglomerado de conquistados. Esta situación no ha terminado, mucho menos en los años en que Payeras deambuló con sus soldados en el elástico umbral que no lograron atravesar. El problema sigue siendo el mismo. Por ejemplo, de miles y miles de casos de la Defensoría Maya, apenas unos cuantos reciben atención y de esos muchos menos llegan a sentencia, mientras en el trascurso de estos años se han inventado nuevas maneras legales de anular las legítimas defensas indígenas a sus derechos. Mas de alguno se pudre en prisión o es perseguido por haberle gritado a la cara sus verdades a los mineros o los que explotan bosques. Pero volviendo a la selva con Payeras, lo que vemos es que existe un auténtico obstáculo cuando la comunicación no se da en la forma esperada para una revolución. Volóshinov dice: “En las formas de transmisión del discurso ajeno se nos presenta precisamente un documento objetivo de esta percepción. Si sabemos leerlo, este documento no nos habla acerca de los procesos aleatorios e inestables, subjetivamente psicológicos, en el alma del receptor, sino sobre las tendencias sociales fijas de la percepción activa del discurso ajeno, tendencias que se sedimentan en las formas de la lengua. El mecanismo de este proceso no se sitúa en el alma individual, sino en la sociedad, que selecciona y gramaticaliza (es decir, integra a la estructura gramatical de una lengua) solo aquellos aspectos de la percepción activa de un enunciado ajeno que sean socialmente importantes y por consiguiente estén fundamentados en la propia existencia económica del colectivo hablante”: Es decir, el sujeto en este caso funcionará en el caso de encontrarse aunado con su colectividad, pero si ésta está dividida, él también tendrá fraccionada su propia subjetividad. Por supuesto entendemos que ninguna subjetividad es granítica. Incluso está bajo prueba su unidad y bajo muchos autores es corresultado de su relación con el otro. Pero en el momento del rompimiento con la temporalidad dominante, escribe Tischler: “La constelación revolucionaria es temporalidad revolucionaria, es tiempo-ruptura, tiempo, posibilidad –de-otromundo en el momento de crear la constelación, esta subjetividad si no suma a su colectividad está solo”. Y esa soledad implicará la soledad de los otros en la conflagración. Este fue el caso del Che. Su mejor acción es huir y no ser alcanzado en una tierra que no conoce y sobre una negatividad de futuro. Es en este sentido que se dice que el Che Guevara llegó a un lugar con una muerte anunciada.

En esta parte vemos la importancia de la comunicación y su desarrollo. También vemos la especial conformación de países como Guatemala, Bolivia, Perú, en que una inmensa mayoría de sus habitantes tienen su historia y sus rebeliones. Cuba es un caso particular en donde la división cultural es mínima y no existen pueblos originales. Estos fueron exterminados. Y Bolivia experimenta un rompimiento de la temporalidad dominante desde la institucionalidad del Estado. Situaciones muy apartadas a la Guatemala que vivió Payeras y a la Bolivia de tiempos de Guevara. Sin embargo, no podríamos asegurar que la mitología despertada por Guevara no haya ayudado a los cambios estructurales de la actualidad, pero no podemos decir lo mismo de Payeras, todavía. Aquí entra el problema de lo simbólico, y lo simbólico nos hace ver cómo el concepto de umbral puede verse de otra manera. Por ejemplo, el hecho de ajusticiar al tigre del Ixcán es un acontecimiento que devuelve al mito de quien la hace la paga. Un mito muy generalizado que aun en la cosmovisión maya existe. Además se convierte completamente en una imagen dialéctica porque está perpetrado por quien busca la JUSTICIA. Una imagen que al romperse la temporalidad capitalista, la costumbre en la cual el sistema se fortalece, este se rompe. Lastimosamente no se obtiene algo que hubiera traspasado el umbral: aposentarse en la finca y convertirla en un territorio libre, acciones que sí realizó la guerrilla en San Salvador y en otros lugares, pero en la selva del Ixcán, ante una represión instantánea, esto pareció imposible. La estrategia fue la huida. El resultado: la venganza de la violencia establecida como parte del sistema que había sojuzgado a estos pueblos desde tiempos que se pierden en la memoria y la oportunidad de cumplir con lo establecido.

Entonces vamos viendo, con la reflexión que hace Tischler, que las fronteras comienzan a cerrarse en torno al umbral. La comunicación comienza a faltar con los movimientos urbanos que siempre estuvieron desarticulados por dos cosas: no se logró convencer a la población, incluso a la universitaria, y no se logró dominar a la represión que se concentró en espacios específicos de actuación de la guerrilla. La subjetividad todavía pesaba mucho en la concepción revolucionaria y así fueron perdiendo terrenos. Incluso hubo ajusticiamientos dentro de su colectividad, y esto ya hablaba de la debilidad del movimiento.

En la obra comentada de Tischler la constelación que arrastra consigo el compromiso de colectividades, debido a su necesidad, como hemos visto, para la actuación de las subjetividades comprometidas, no se da. El término tomado de Benjamin no se concreta sino a través de aislados sujetos que tienen oportunidad de demostrar la necesidad de esa ruptura, de esa constelación, pero se pierden en el vacío de una comunidad que no está preparada. Incluso podemos decir que la mayoría de la subjetividad que no era indígena, la colectividad no indígena, ni siquiera pensó en lo rural. Aquella necesidad nunca fue vista como parte de la nación que conformaba. Era vista como un resultado de la imposición de un sistema, en el cual aun a pesar de las limitaciones se miraba favorecido. Además estaba fraccionada de una manera que difícilmente tenía una necesidad que sirviera de realidad comunicante, a la manera en que la concebía Volóshinov, y que le hubiera dado la cohesión que necesitaba. Las contradicciones del sistema eran sustituidas por el terror, y este actuaba sin límites. Por lo tanto, la subjetividad que está formada por signos y costumbres, quedaba anulada, confundida, en medio de toda esa caterva de acciones antirrevolucionarias que habían empezado a actuar 20 años antes y en los últimos momentos se basaban en el terror, la más básica de las reacciones, pero que dada la historia funcionaban perfectamente.

El libro de Sergio Tischler nos plantea la ineludible necesidad de volver sobre nuestros pasos y cuestionarnos de nuevo qué pasó con las actuaciones, que faltó en definitiva o qué sobró en la adquisición de una nueva; volver a preguntarnos cuáles son la razones profundas de una sociedad, que incluso se niega a pagar los impuestos que le serían harto obligatorios en cualquier otro país. Pero a manera de poner en jaque a todos aquellos que escribimos algo sobre la historia, cito a Robert Morgan, citado a su vez por Luis Camnitzer: “La reevaluación es la dirección deseada por todo discurso histórico autocrítico. Es un método (una investigación histórica) basado en el descubrimiento del material nuevo que era desconocido (por cualquier motivo, ya sea político, económico o social), previamente ignorado. Por otro lado, el revisionismo acarrea consigo un cierto grado de escepticismo o, en algunos casos, una mala intención. En el mejor de los casos, el revisionismo sugiere que aquello a lo que se le dio primacía en el pasado se debiera medir en relación con otras historias; que de hecho podría haber un conflicto entre nuevos datos basados en evidencia excavada recientemente y algunas presunciones que hasta ahora habían sido sacrosantas. En el peor de los casos, basado menos en la investigación objetiva que en la preocupación ideológica, el revisionismo declara que la historia existente es falsa, que debiera ser borrada y reemplazada lógicamente por otra versión de esa historia.”

En el fondo es cierto. Hagamos esa historia en donde concurran todos, especialmente los menos escuchados. Sin embargo, hasta ahora el único libro que se atreve en este caso específico es el de Tischler, y es necesario seguir adelante.

Siglo XXI / Magacín. Pág. 4. Guatemala, domingo 8 de agosto de 2010.

El “sinsentido” de la revolución en Guatemala
Sergio Palencia reseña un libro que reflexiona acerca del pasado como entendimiento de un fracasado presente.
Por: Sergio Palencia

El académico de crítica al racionalismo kantiano, el crítico social Max Horkheimer terminaba su escrito mostrando cómo para el sistema de pensamiento ilustrado el hecho de reflexionar sobre los muertos era «un sinsentido estricto.» Mas no es necesario haber leído filosofía de la ilustración para ver qué tanto se ha vuelto un sentido común el no pensar en los muertos ni en el pasado. Bastaría con ver los anuncios publicitarios de Guateámala o de cristianismo mercantil para mostrar el desprecio por el pasado. “Ser positivo” o “aprender a perdonar” se han vuelto mantras de una sociedad reprimida que prefiere seguir encontrando enemigos figurados que verse enfrentada a los gritos de tortura y hambre que inundan la ciudad de Guatemala. Si este país se ha construido sobre el olvido de sus muertos y la indiferencia por sus presentes explotados, ¿cómo podemos reflexionar nuestra historia si la conciencia del pasado es para muchos un obstáculo para el “progreso”?

El reciente libro de Tischler nos plantea estas preguntas a manera de hacernos comprender que eso que llamamos “progreso” es la marcha de los vencedores sobre los y las vencidas. Tischler ha buscado romper con el tradicional recuento testimonial de la Guerra y la Revolución en Guatemala, precisamente para mostrarnos eso más íntimo que nos llama desde muy dentro como guatemaltecos, hayamos o no vivido esa época de experiencia dolorosa. Para eso ha encontrado en los escritos de un miembro del EGP, el escritor, poeta, revolucionario Mario Payeras, las «imágenes en caliente» de lo que significó para varias generaciones la esperanza por una Guatemala distinta y el dolor de los desaparecidos, las violadas, los huérfanos. Estas imágenes son reflexionadas por Tischler a partir de dos libros de la experiencia revolucionaria de Payeras, siendo el primero Los días de la Selva (1980) y el segundo El trueno en la ciudad (1983).

Inspirado en la comprensión de Walter Benjamin sobre las imágenes dialécticas y la constelación histórico-conceptual de Adorno, Tischler muestra en su libro cómo las experiencias de un individuo, Payeras, pudieron ser compartidas por tantos estudiantes, cooperativistas, catequistas, indígenas, campesinas, periodistas, intelectuales de la Guatemala revolucionaria, allí donde la «montaña se movía». Dicha comprensión nos permite vislumbrar en la vida de un individuo, en su particularidad revolucionaria, el cuestionamiento del sistema social y el deseo de cambiar la sociedad. Mas lo importante no es tanto el concepto que media las experiencias, sino la empatía que puede ayudar a crear la imagen de aquellos y aquellas que proclamaron dignidad en medio de la inhumanidad, que hablaron de Cristo contra los fariseos y césares de la época.

No todo es color de rosa ni simple apología de los revolucionarios de los años 70 y 80. Eso sería idolatrar un pasado atravesado por múltiples contradicciones. Tischler analiza cómo la guerrilla, como organización para la toma del poder, reprodujo en su interior formas de jerarquización militar y violencia, así como una estructura rígida y artificial que pretendía formar cuadros de lucha, subordinando bajo la figura del Comandante o el Partido. Estas críticas, lejos de anular los esfuerzos y motivos justos de los y las revolucionarias de aquel entonces, se constituyen en verdaderos diálogos con el pasado ya que, precisamente, ver los errores del camino no es dejarlo a medias sino retomarlo reflexivamente y en comunidad. En comunidad, pero ¿con quién?, ¿cómo hacer comunidad con los que ni siquiera conocimos y no fueron de “nuestra” generación, con quienes no compartimos las ideas? O, como diría Tischler al final del libro, «¿a quién le interesan las historias de fracasados?» Esos “fracasados” y “fracasadas” tirados al mar, enterrados en la Verbena, esos comunistas o facciosos, los que perdieron, acaso nos pueden enseñar algo distinto frente a los sermones de los Triunfadores, Exitosos, Modelos de virilidad y orden. ¿Que acaso la Guatemala que vivimos no es aquella que ganaron? El fracasado, como inversión dialéctica, ¿acaso no podría constituirse en la piedra angular desechada por los constructores? El «sinsentido» de recordar muertos es abrirles su espacio a la vida en nosotros.

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